La Agencia de Protección Ambiental de EE.UU (EPA) se compromete a poner fin a los ensayos con animales

27 enero 2020

El pasado septiembre, la Agencia de Protección Ambiental (EPA en inglés) de Estados Unidos anunció un plan para reducir y con el tiempo eliminar su dependencia de los ensayos en animales para evaluar el peligro de los productos químicos. Actualmente, la EPA realiza, o requiere que las compañías químicas realicen ensayos en conejos, ratones, ratas y peces para evaluar la toxicidad química. La EPA se ha comprometido a una reducción del 30 por ciento en su financiamiento y solicitudes de estudios de toxicología que involucran mamíferos para 2025, y poner fin a casi todos esos estudios en 2035 (después de 2035, los ensayos de seguridad química en mamíferos requerirán la aprobación, caso por caso, de la EPA). Para lograr estos objetivos, la EPA ha otorgado $ 4,5 millones a cinco universidades para ayudar a desarrollar nuevos métodos sin animales, como las pruebas in vitro o el modelado y simulación por computadora. Estos métodos alternativos a menudo requieren menos recursos, pueden evaluar más productos químicos en un tiempo más corto y son tan buenos o mejores para predecir la toxicidad en comparación con los modelos animales actuales.

Un ratón es un ratón… No es un ser humano

Los neurobiólogos del Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro en Seattle (EE.UU) pueden haber descubierto una de las razones por las cuales el 90 por ciento de los fármacos que tienen éxito en ratones fallan en humanos. En un estudio publicado en la revista Nature (Hodge et al., 2019), los científicos analizaron cerca de 16,000 neuronas de la capa más externa del cerebro humano. Usando una nueva tecnología, clasificaron las células cerebrales no por forma y ubicación (el método tradicional) sino por los genes que expresan: cómo usan el ADN para crear receptores de neurotransmisores y otros elementos críticos del cerebro. Luego, los científicos compararon los resultados con los de cerebros de ratones. Descubrieron que las neuronas que durante mucho tiempo se creían que eran iguales en humanos y ratones, según las medidas tradicionales, pueden tener grandes diferencias en la expresión génica. La diferencia es particularmente importante para los genes que codifican (es decir, producen) receptores para el neurotransmisor serotonina, un químico involucrado en la depresión, la función sexual y el apetito. Si el receptor del neurotransmisor al que espera apuntar no se usa en las mismas células en humanos que en ratones, entonces el fármaco llegará al circuito equivocado «, dijo el coautor del estudio Ed Lein. Los hallazgos del estudio se enfrentan al uso de modelos de ratones para estudiar trastornos psiquiátricos que involucran la serotonina, y destacan la importancia de estudiar directamente los cerebros humanos.

Fuente: AWI Quartely

Ciencia, progreso, ética y conciencia

Pietro Croce (Enero 1920- Octubre 2006. Italia) Microbiólogo, Patólogo, laureado por la Universidad de Pisa. Becado por el Institute of Internacional Education de New York, becado fullright. Trabajó en el Departamento de Investigación del National Jewish Hospital de la Universidad de Colorado de Denver (USA) y en el laboratorio y departamento de investigación de Toledo, Ohio (USA). Becario de la ciudad sanatorial de Terrassa (Barcelona). De 1952 a 1982 ejerció como Medico jefe del laboratorio de análisis químico-clínico de Microbiología y de Anatomía Patológica del Hospital L. Sacco de Milán. Miembro del Colegio de Patologistas americano. Autor del libro: “Vivisezione o Scienza: Una Scelta”. Su especialidad en el terreno de la investigación le condujo a realizar experimentos en animales durante un periodo dilatado de casi dos décadas observando, reiteradamente, que los resultados rara vez le encajaban. La constatación de tales evidencias unido a su espíritu científico y analítico, le determinaron una profunda reflexión ética y la firme conclusión de que las investigaciones con animales partían de un error de método: “si el método es incorrecto las conclusiones también son erróneas y conducen a numerosos fracasos; por consiguiente, a nivel científico y ético resultaba una falacia querer comparar y extrapolar los resultados entre las diferentes especies incluida la de los humanos”. “La nueva ética científica y médica basada en la ciencia de la observación —principio hipocrático—  apela hacia una renovada y auténtica medicina como una práctica racional y más humana exenta de «cientismo».”  Pietro Croce

Experimentación en animales: un retraso para la medicina humana

Artículo escrito por el Profesor Pietro Croce en el año 1991 publicado en la revista Adda Defiende los animales núm. 5

DOS EQUIVOCACIONES FUNDAMENTALES

En los últimos años, el tema del viviseccionismo ha ido adquiriendo en todo el mundo un mayor sentido de actualidad. El hecho más notable, sin embargo, es que el público asocia casi automáticamente el concepto de la vivisección con el concepto de sufrimiento para los animales. Y a continuación, como lógica consecuencia, se plantean la siguiente pregunta: «¿Pero, este sufrimiento, es necesario para el progreso de la ciencia médica? ¿Es útil para la salud humana?».
«Claro, si los científicos lo hacen quiere decir que es beneficioso para la humanidad». Y así, los conformistas se contentan a sí mismos, tranquilizando sus conciencias.

De esta forma, como se ve, nos encontramos frente a dos equivocaciones conceptuales:

  • La primera consiste en creer que el concepto de vivisección queda limitado a la «experimentación en los animales no humanos»; cuando, en realidad, la experimentación se practica tanto en los animales como en el mismo hombre.
  • La segunda consiste en creer también, equivocadamente, que el método basado en la experimentación de especies animales no humanas sea un método científico correcto que favorece el progreso médico y, por consiguiente, redunda en favor de la salud humana.

Estas son las dos equivocaciones fundamentales, favorecidas y alimentadas por una minoría que tiene interés en conservar una medicina que crea más enfermedades de las que cura y que no favorece el progreso médico, sino solamente el progreso económico de actividades que prosperan sobre las enfermedades y el sufrimiento, no sólo de los animales, sino del mismo hombre. Por ello, es preciso dejar bien claro los dos siguientes conceptos: Primero: el término «vivisección» incluye la experimentación en todas las especies animales, incluso la especie humana. Y segundo: la experimentación en los animales no humanos no sólo no sirve para adelantar, sino que retrasa el desarrollo de la medicina humana. La experimentación en los animales no humanos es una de las mayores amenazas que incumben a la humanidad.

FRACASOS

Como demuestran los ejemplos, con los animales se puede demostrar todo lo que se quiere: el blanco puede volverse negro. Un ejemplo: unos científicos quisieron demostrar que el ácido tartárico —un componente normal de casi todas las verduras—, es tóxico. Lo suministraron a unos animales de laboratorio en dosis variables de 2,5 a 32,2 gramos por kg. de peso corpóreo, causando la muerte del 50% de los animales. Pero no por toxicidad, sino por erosión de la mucosa gástrica. Considerando la pequeña cantidad de ácido tartárico que contienen los alimentos de consumo humanos, la dosis suministrada a los animales corresponde a beber 2.500 litros de vino o comer 250 kg. de alimento sólido en una sola vez. Además de los fármacos que resultan tóxicos de una forma directa —es decir haciendo daño a la misma persona que los consume—, hay también otros fármacos que perjudican a la sucesiva generación provocando malformaciones en los recién nacidos. Se llaman fármacos teratógenos. Existen en cantidad y producen efectos en las diferentes especies animales: Hay fármacos teratógenos para una especie que son inocuos para otra, y viceversa. El ejemplo más tristemente conocido de esta clase de monstruos creados por la locura humana es la talidomida (Imida del ácido nftalil-glutámico; nombres comerciales: Contergan y Distaval). La campaña publicitaria en favor del tranquilizante fue lanzada el primero de octubre de 1957. Uno de los eslogans que destacaron en su publicidad fue el presentarlo: «inofensivo como una tableta de azúcar, particularmente indicado para las mujeres embarazadas». ¿El resultado? Cerca de 10.000 niños nacidos sin brazos y sin piernas. Pero a los viviseccionistas esos trágicos resultados no les bastó: supusieron que era debido a que la talidomida no había sido experimentada en las hembras de animales preñadas. «Si lo hubiéramos hecho» … dijeron. Y así, después de la catástrofe, la experimentaron en un gran número de hembras animales embarazadas.

El resultado fue que tan sólo se observaron unas malformaciones en las crías nacidas del conejo blanco de Nueva Zelanda —una de las 150 especies de conejos conocidas—, en el ratón, en el perro y en una sola —entre las numerosas especies conocidas— del Macacairus philippinensis. Entonces —para concluir— se atestiguó que los científicos tenían razón: «que la talidomida es teratógena, si no en todas, por lo menos, en unas especies animales, además del hombre».

Sí pero ¿con qué dosis los experimentadores obtuvieron los resultados que ellos querían lograr a cualquier precio? Dosis enormes. Tanto, que cualquier substancia desde la sal común de cocina hasta el azúcar, habrían producido parecidas malformaciones a las causadas por la talidomida. Y eso redunda en el concepto de que usando los animales como modelo experimental, se puede alcanzar todo lo que quiera y, todo lo que convenga al experimentador. Pero, además, hay otra hipótesis —algo menos benévola—: ¿no están, acaso, algunos experimentadores pagados para demostrar lo que les encarguen que demuestren a cualquier precio y con cualquier engaño? ¿Y no hay industria —no sólo farmacéuticas— que tienen interés en demostrar que una substancia posee una determinada propiedad, o, lo contrario de aquella? ¿Puede el público fiarse de una ciencia que depende tan estrechamente de intereses económicos generales o particulares? ¿Debe el público seguir tomando medicinas que los mismos fabricantes saben que son peligrosas puesto que el método experimental utilizado —uso de los animales— es falso y que la experimentación clínica efectuada —en los hombres— con la misma mentalidad viviseccionista que se emplea en los animales, es inaceptable desde el punto de vista moral e incorrecta desde el científico? El proceso contra la Grünenthal-Chemie —la firma productora de la talidomida— se celebró el dia 12 de abril en la ciudad alemana de Alsdorf. Fue el más largo de Europa después del proceso de Nüremberg. Testimoniaron 1.200 testigos.

REGLAMENTARISMO

Hay zoófilos que proponen reglamentar la experimentación en los animales, hacerla más humana. Hablan de anestesia obligatoria. De sacrificar al animal después de la experimentación. Estas reglas, aunque fuesen impuestas por la ley, no podrían aplicarse. Dos ejemplos entre muchos:

  1. ¿Sería posible estudiar los efectos del dolor en un animal anestesiado?
  2. ¿Sería posible efectuar una operación quirúrgica, y luego suprimir el animal renunciando a los resultados que requieren largos períodos de observación?

Los mismos «amantes de los animales» dicen: «por ahora, tenemos que contentarnos con lo poco que podemos conseguir en breve plazo». Evidentemente, no han comprendido el punto esencial de la cuestión: el anti-viviseccionismo científico no aspira solamente la protección de los animales, sino, sobre todo, a la protección de las personas, y esto sólo puede alcanzarse mediante una renovación radical de la metodología experimental.

INTERSPECIES, INTRA-SPECIEM

Experimentación «interspecies: significa experimentar en una especié animal y transferir los resulta dos a otra especie. Esta forma de experimentación es siempre falsa. Por otro lado, la experimentación: «intra-speciem» —entre la misma especie— significa experimentar en una especie y utilizar los resultados en la «misma especie». Esta forma de experimentación es teóricamente correcta, aunque no siempre moralmente aceptable. Otra distinción terminológica que implica tanto al hombre como a los demás animales debe hacerse entre:

  • Experimentación Activa: «Experimentación Activa» significa producir intencionadamente una enfermedad para estudiarla y, posiblemente, cuidarla. Es preciso rehusar este método tanto por razones éticas como por razones científicas, porque una enfermedad producida artificialmente no es la misma a la que se produce espontáneamente.
  • Experimentación Clínica. Por otra parte, la «Experimentación Clínica», que significa averiguar —en el hombre o en otros animales— una enfermedad nacida espontáneamente, está justificada tanto desde el punto de vista ético como científico. La experimentación clínica no sólo es legítima sino también indispensable para el progreso de la medicina. 

MEDICINA: CIENCIA DE LA OBSERVACIÓN

A menudo nos preguntan: «¿Cómo podría —la medicina— adelantar sin la experimentación?». Nuestra respuesta se limita, con frecuencia, a los métodos «científicos». Es decir, a los procedimientos que no utilizan animales. Esta es una refutación correcta. Pero a menudo se descuida una cuestión fundamental, que incluye el problema en su totalidad: se olvida que, en esencia, la medicina, no es una ciencia experimental, sino una ciencia de la observación; siendo la experimentación sólo uno de los diversos instrumentos a disposición de la investigación médica, y aun así, sólo en ocasiones particulares, y siempre bajo un estricto control crítico. La historia del pensamiento evoluciona por etapas: el paso de un periodo a otro puede producirse de forma gradual, en cuyo caso hablamos de desarrollo o de forma traumática, es decir derevolución. Cada periodo histórico se halla fundamentado sobre un «esquema conceptual» un camino ideal que endereza la cultura, y le confiere un sentido lógico, imponiendo unos límites. Esquemas conceptuales que inciden profundamente en la vida individual y colectiva son las religiones, así como también unas fundamentadas concepciones políticas. Esquemas conceptuales los hay en el arte, la literatura, la moda y en los comportamientos humanos.

El anti-viviseccionismo científico lucha contra un esquema conceptual que ha llegado al final de su camino, que, además no puede ser modificado ni corregido, porque es falso en toda su globalidad. Debemos luchar por la abolición total e incondicional de cualquier experimentación basada en los animales como métodos de investigación en la medicina humana. No sólo en favor de los animales, sino también en favor de la salud del hombre. Esta afirmación, que es tanto ética como científica, se apoya sobre la comprobación de que los animales no son modelos experimentales del hombre, así como que toda extrapolación de una a cualquier otra especie animal es arbitraria y desorientadora. La experimentación en los animales es un error en la metodología de la investigación científica. Un error metodológico. Y un error connatural y nacido en el método, es un error en cualquier tiempo y lugar y no depende de la cantidad de la experimentación. Por eso, no podemos aceptar la propuesta de reducir la experimentación animal, pues entonces dejaría el método intacto.

Es verdad que todos los esquemas conceptuales que se han sucedido en el curso de los siglos han contribuido al desarrollo del pensamiento. Pero este hecho nunca ha legitimado la pretensión de hacer sobrevivir los esquemas que resultaron obsoletos más allá de su función natural.

CIENTISMO

«Cientismo» es un neologismo que procede del término «ciencia», pero es precisamente lo contrario de ella. Así como la ciencia es la expresión de un sentimiento libre, sin prejuicios, enfocado hacia el futuro, el cientismo es todo lo contrario, por dogmático, intolerante y atado al pasado. La medicina de hoy en día es una medicina «cientista»: el médico se aproxima al enfermo descuidando hablarle, escucharlo y visitarlo según los dictámenes de la semiótica clásica; interpretando su «recóndita» psique. En definitiva: de considerarlo un ser humano. Ocurre lo contrario. Después de haber reducido al paciente a un conglomerado de mecanismo llamados «órganos», el médico condiciona a los sofisticados medios de la tecnología ingenierística la labor de analizar, una a una, sus funciones. Y si estas resultan «normales», el médico despide al paciente con su «no diagnosticada» enfermedad, convencido de haber cumplido con la más noble de las misiones. Los errores que, cotidianamente, se producen por la actitud cientista de la mayoría de los médicos podría ser motivo de una amplia colección de libros. Pero, ante todo, constituyen el motivo de una grave acusación contra esa medicina que está causando más enfermedades de las que cura.

Puesto que ninguna especie animal sirve de modelo de cualquier otra, para investigar unas funciones y unos posibles desarreglos — enfermedades— del hombre, es inevitable recurrir a su único modelo experimental confiable: el hombre mismo. Y se hace principalmente en los débiles y en los indefensos, en los prisioneros, en los niños, en los fetos maduros, en ancianos disminuidos psíquicos y en hambrientos del tercer mundo. Por eso, el problema no está en determinar si es legítimo experimentar en el hombre, sino de qué forma y dentro de qué límites estamos legitimados a hacerlo. Y puesto que el concepto de legitimidad nunca queda separado de una moral arraigada en convencimientos y en comportamientos aceptables y exigidos por la comunidad, el primer paso debe ser el de informar a la comunidad de qué sucede en la medicina oficial, en sus laboratorios y en las salas de sus hospitales. Se debe informar al público que una parte notable de la actividad médico-científica está representada por una forma de investigación que todavía se está desarrollando de forma descontrolada, confiando tan sólo a la conciencia ética —no siempre transparente—, de personajes que, en sus departamentos hospitalarios, o universitarios, parecen gozar de una forma de «plácet», amparados también por la imagen cómoda que ellos mismos se han creado, de «bienhechores de la humanidad».

Y lo que es aún más lamentable: estos personajes consiguen de la experimentación clínica, en dinero o en otras prebendas menos comprometidas —pero equivalentes—, suficientes remuneraciones para dar la luz verde a cualquier propuesta conveniente a los intereses de los que pagan…, pagan…, y aún siguen pagando. Una de las consecuencias de esta situación mercantil de la medicina se manifiesta en el número enorme de fármacos que obtienen licencia, y luego deben ser retirados del comercio, después de haber evidenciado su toxicidad. Pero eso sucede a costa de un número incalculable de víctimas.

REGLAMENTACIÓN DE LA MEDICINA

Establecer reglas y límites, es decir «reglamentar», se ha vuelto un imperativo rotundo. En el futuro, las Asociaciones para la Defensa del Enfermo, después de haber sido convenientemente informadas —lo que será posible en el caso de que la prensa y los demás medios de información se decidan a abrir, también a nosotros, algunas de aquellas puertas que hoy están tan ampliamente abiertas en favor de nuestros adversarios— tendrán que afrontar una labor nueva, que trascienda de los fines que hasta ahora satisfacían sus funciones: la tarea de colaborar en la creación de una medicina completamente renovada en espíritu y en la práctica.

 LO QUE HAY QUE HACER, LO QUE HAY QUE EVITAR

A menudo nos sucede que debemos replicar a unos zoófilos impacientes que nos preguntan: «¿En definitiva, ¿qué debemos hacer?» 

  1. Primeramente, no debemos infravalorar nuestro movimiento; no debemos reducirlo al mero hecho técnico de: «experimentar o no experimentar en los animales». El anti-viviseccionismo es la vanguardia más adelantada y atrevida de una cultura nueva que se opone a una pseudo cultura, la cual capta fácilmente la opinión pública presentándose «en defensa de la salud humana». Debemos cambiar la propuesta: «el viviseccionismo defiende la salud humana» por el aserto, «el viviseccionismo amenaza la salud humana».
  2. Debemos valorar con espíritu crítico los triunfalismos de la ciencia oficial: considerar a nuestros adversarios con despego, pero sin desprecio; considerando que ellos mismos son víctimas de una cultura que les ha sido impuesta desde las escuelas elementales y ha martilleado en sus conciencias individuales durante toda su vida profesional. Debemos convencernos de que los científicos son hombres corrientes y tal vez sorprendentemente unilaterales: que lo saben todo sobre la hoja, pero no se dan cuenta que pende de un árbol.
  3. Debemos encaminar, sobre todo a los jóvenes, señalando al viviseccionsimo como una parte integrante de aquella cultura negativa que promueve el envenenamiento de las aguas y de la atmósfera, la destrucción de los bosques y la contaminación de los océanos. Debemos presentar de forma clara la ecuación: lucha contra la naturaleza = lucha contra el hombre.  No debemos aceptar el diálogo con los viviseccionistas. Ellos se dan cuenta que nuestro movimiento ya no volverá a ser —como lo fue en el pasado— un miope y estéril amor por los animales y, ahora, después de habernos ridiculizado y humillado durante décadas, vienen en busca de diálogo. No caigamos en la trampa: los viviseccionistas quieren llegar a un compromiso porque saben que, de otra forma, van a perderlo todo. Pero, precisamente, debemos exigirles que lo pierdan todo. Debemos y podemos exigirlo porque todos los auspicios están volviéndose a nuestro favor. El viviseccionismo será abolido porque está volviéndose cada vez más extraño a la historia de la humanidad.
  4.  No debemos nunca admitir que, en el pasado, la vivisección haya proporcionado algún resultado útil. El viviseccionismo no es un método superado, sino un «error de método», y por eso, siempre ha seguido desorientando la medicina humana. No obstante, no debemos extrañarnos si entre los millones de experimentos del pasado, encontramos que algunos experimentos en los animales han hallado, posteriormente, confirmación en el hombre. Pero, siguiendo la cronología de los hechos, siempre encontraremos que la ratificación se ha producido «a posteriori», es decir: que en el instante en que la experimentación se producía, su resultado no tenía ningún significado para la medicina humana. Los casos de identidad entre ciertos comportamientos experimentales del animal y análogos comportamientos en el hombre son meras coincidencias, totalmente desprovistas de contenido científico. 

La pseudociencia viviseccionista cuenta con casi dos siglos de vida y actividad: eso proporciona a los vivisecciónistas una gran posibilidad de escoger siempre los ejemplos más cómodos; es decir lo que les han ofrecido un resultado «positivo». Al contrario, los anti-viviseccionistas no tienen ninguna posibilidad de hacer constar los innumerables resultados «negativos» porque de ésos casi nunca nadie ha hablado o escrito. Por eso, no debemos contentarnos con citar sólo los resultados que han alcanzado consecuencias tan catastróficas y que han superado la barrera del silencio al llegar a los medios de comunicación. 

Aquí me dirijo particularmente a los colegas médicos. Nosotros, los médicos, no tenemos que olvidarnos que la experimentación es sólo un sostén de la medicina. Pero no representa toda la Medicina. Nuestra tarea es la de cuidar al hombre, que es un complejo indivisible de materia, mente y espíritu. Al cientismo —que está deteriorando las bases éticas de la medicina —, debemos replicar con la «praxis» que considera a la ciencia experimental como un instrumento a disposición de la medicina, pero que no es la esencia misma de la Medicina la cual es ciencia de la observación, respeto por la vida y vocación.  

INDICACIONES PARA UNA REGLAMENTACIÓN SOBRE LA EXPERIMENTACIÓN CLÍNICA.

  1. Cualquier prueba experimental debe garantizar una razonable probabilidad de proporcionar un beneficio a la persona que constituye el objeto de la experimentación. El experimentador tendrá que olvidar la hipótesis sobre que el resultado alcanzado en el individuo pueda ser extensible a la comunidad, siendo esa una acción que convierte al individuo —unidad concreta — , en víctima de una entidad abstracta: la comunidad.
  2. El sujeto sobre quien se experimente deberá dar, con pleno conocimiento, consentimiento escrito. En el caso de incapacidad física o psíquica, se pediré consentimiento a un tutor legalmente autorizado.
  3. El sujeto de la experimentación, o su tutor, deben ser informados por el experimentador mismo, o por personas delegadas por él, respecto al motivo de la experimentación, a los riesgos y posibles ventajas.
  4. El sujeto de la experimentación, o su tutor, podrán exigir en cualquier momento la interrupción de la experimentación, sin justificación alguna. El experimentador deberá atender, al instante, la voluntad del requirente.
  5. Una experimentación enfocada a curar una enfermedad, o a perfeccionar diagnosis, debe ser aplicada sólo a los portadores de aquella y no otra enfermedad.
  6. Ninguna experimentación debe ser permitida en voluntarios sanos. Eso pertenece a las consideraciones, científicas y morales. Desde el punto de vista científico, es suficiente recordar que el metabolismo de una persona sana no es el mismo que el de una persona enferma, y que las distintas enfermedades pueden alterar de una forma distinta e imprevisible las reacciones orgánicas a vario estímulos. Para estudios de nuevos fármacos y nuevos medios de diagnósticos, los experimentadores deberán perfeccionar sus conocimientos y su habilidad técnica en el uso de los métodos «alternativos», desarrollándolos, perfeccionándolos e ideando otros nuevos. Lo mismo deberán hacer los veterinarios, con reglas análogas a las usadas en la medicina humana.
  7. Cuando se proponen nuevos fármacos y nuevas técnicas diagnósticas los experimentadores, y las firmas farmacéuticas, en relación con los posibles daños tóxicos afirman: «Nosotros valoramos la proporción entre riesgo y beneficio». Pero se olvidan de que el riesgo se manifiesta con daños concretos y cuantificables, mientras que el beneficio es una hipótesis que queda oculta en la incertidumbre de los datos estadísticos.
  8. Mientras que la investigación médica continúe contaminada por el error metodológico de la «experimentación en los animales», el investigador no deberá tener en cuenta los resultados de este método y deberá afrontar la experimentación clínica con la mente pura, limpia de toda idea preconcebía.

Un análisis de las indicaciones enumeradas en los párrafos precedentes, pone en evidencia un hecho incontestable: los anti-viviseccionistas científicos conciben la experimentación clínica con una perspectiva mucho más garantizada para la persona y más científica que ciertas recomendaciones oficiales —en parte ya obsoletas—, como la de Helsinki de 1964 y de Tokyo de 1975, que ponen el acento sobre las finalidades colectivas de la experimentación clínica, basado en el supuesto de que «un beneficio colectivo merece el sacrificio de unos pocos». Esta justificación es un residuo de aquel pensamiento religioso-sacrificial que gravita sobre la humanidad desde la noche de los tiempos, y que va desde las inmolaciones propiciatorias en los altares, hasta la condena al fuego de los heréticos y de las brujas: sufrimientos que, hoy como entonces, son infligidos al HOMBRE «por el bien de la humanidad sufriente».

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