El pasado septiembre, la Agencia de Protección Ambiental (EPA en inglés) de Estados Unidos anunció un plan para reducir y con el tiempo eliminar su dependencia de los ensayos en animales para evaluar el peligro de los productos químicos. Actualmente, la EPA realiza, o requiere que las compañías químicas realicen ensayos en conejos, ratones, ratas y peces para evaluar la toxicidad química. La EPA se ha comprometido a una reducción del 30 por ciento en su financiamiento y solicitudes de estudios de toxicología que involucran mamíferos para 2025, y poner fin a casi todos esos estudios en 2035 (después de 2035, los ensayos de seguridad química en mamíferos requerirán la aprobación, caso por caso, de la EPA). Para lograr estos objetivos, la EPA ha otorgado $ 4,5 millones a cinco universidades para ayudar a desarrollar nuevos métodos sin animales, como las pruebas in vitro o el modelado y simulación por computadora. Estos métodos alternativos a menudo requieren menos recursos, pueden evaluar más productos químicos en un tiempo más corto y son tan buenos o mejores para predecir la toxicidad en comparación con los modelos animales actuales.
Los neurobiólogos del Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro en Seattle (EE.UU) pueden haber descubierto una de las razones por las cuales el 90 por ciento de los fármacos que tienen éxito en ratones fallan en humanos. En un estudio publicado en la revista Nature (Hodge et al., 2019), los científicos analizaron cerca de 16,000 neuronas de la capa más externa del cerebro humano. Usando una nueva tecnología, clasificaron las células cerebrales no por forma y ubicación (el método tradicional) sino por los genes que expresan: cómo usan el ADN para crear receptores de neurotransmisores y otros elementos críticos del cerebro. Luego, los científicos compararon los resultados con los de cerebros de ratones. Descubrieron que las neuronas que durante mucho tiempo se creían que eran iguales en humanos y ratones, según las medidas tradicionales, pueden tener grandes diferencias en la expresión génica. La diferencia es particularmente importante para los genes que codifican (es decir, producen) receptores para el neurotransmisor serotonina, un químico involucrado en la depresión, la función sexual y el apetito. Si el receptor del neurotransmisor al que espera apuntar no se usa en las mismas células en humanos que en ratones, entonces el fármaco llegará al circuito equivocado «, dijo el coautor del estudio Ed Lein. Los hallazgos del estudio se enfrentan al uso de modelos de ratones para estudiar trastornos psiquiátricos que involucran la serotonina, y destacan la importancia de estudiar directamente los cerebros humanos.
Pietro Croce (Enero 1920- Octubre 2006. Italia) Microbiólogo, Patólogo, laureado por la Universidad de Pisa. Becado por el Institute of Internacional Education de New York, becado fullright. Trabajó en el Departamento de Investigación del National Jewish Hospital de la Universidad de Colorado de Denver (USA) y en el laboratorio y departamento de investigación de Toledo, Ohio (USA). Becario de la ciudad sanatorial de Terrassa (Barcelona). De 1952 a 1982 ejerció como Medico jefe del laboratorio de análisis químico-clínico de Microbiología y de Anatomía Patológica del Hospital L. Sacco de Milán. Miembro del Colegio de Patologistas americano. Autor del libro: “Vivisezione o Scienza: Una Scelta”. Su especialidad en el terreno de la investigación le condujo a realizar experimentos en animales durante un periodo dilatado de casi dos décadas observando, reiteradamente, que los resultados rara vez le encajaban. La constatación de tales evidencias unido a su espíritu científico y analítico, le determinaron una profunda reflexión ética y la firme conclusión de que las investigaciones con animales partían de un error de método: “si el método es incorrecto las conclusiones también son erróneas y conducen a numerosos fracasos; por consiguiente, a nivel científico y ético resultaba una falacia querer comparar y extrapolar los resultados entre las diferentes especies incluida la de los humanos”. “La nueva ética científica y médica basada en la ciencia de la observación —principio hipocrático— apela hacia una renovada y auténtica medicina como una práctica racional y más humana exenta de «cientismo».” Pietro Croce
Experimentación en animales: un retraso para la medicina humana
Artículo escrito por el Profesor Pietro Croce en el año 1991 publicado en la revista Adda Defiende los animales núm. 5
DOS EQUIVOCACIONES FUNDAMENTALES
En los últimos años, el tema del viviseccionismo ha ido adquiriendo en todo
el mundo un mayor sentido de actualidad. El hecho más notable, sin embargo, es
que el público asocia casi automáticamente el concepto de la vivisección con el
concepto de sufrimiento para los animales. Y a continuación, como lógica
consecuencia, se plantean la siguiente pregunta: «¿Pero, este sufrimiento, es
necesario para el progreso de la ciencia médica? ¿Es útil para la salud
humana?».
«Claro, si los científicos lo hacen quiere decir que es beneficioso para la
humanidad». Y así, los conformistas se contentan a sí mismos, tranquilizando
sus conciencias.
De esta forma, como se ve, nos encontramos frente a dos equivocaciones
conceptuales:
La primera consiste en creer
que el concepto de vivisección queda limitado a la «experimentación en los
animales no humanos»; cuando, en realidad, la experimentación se practica
tanto en los animales como en el mismo hombre.
La segunda consiste en creer
también, equivocadamente, que el método basado en la experimentación de
especies animales no humanas sea un método científico correcto que
favorece el progreso médico y, por consiguiente, redunda en favor de la
salud humana.
Estas son las
dos equivocaciones fundamentales, favorecidas y alimentadas por una minoría que
tiene interés en conservar una medicina que crea más enfermedades de las que
cura y que no favorece el progreso médico, sino solamente el progreso económico
de actividades que prosperan sobre las enfermedades y el sufrimiento, no sólo
de los animales, sino del mismo hombre. Por ello, es preciso dejar bien claro
los dos siguientes conceptos: Primero: el término «vivisección» incluye la
experimentación en todas las especies animales, incluso la especie humana. Y
segundo: la experimentación en los animales no humanos no sólo no sirve para
adelantar, sino que retrasa el desarrollo de la medicina humana. La
experimentación en los animales no humanos es una de las mayores amenazas que
incumben a la humanidad.
FRACASOS
Como demuestran los ejemplos, con los animales se puede demostrar todo lo
que se quiere: el blanco puede volverse negro. Un ejemplo: unos científicos
quisieron demostrar que el ácido tartárico —un componente normal de casi todas
las verduras—, es tóxico. Lo suministraron a unos animales de laboratorio en
dosis variables de 2,5 a 32,2 gramos por kg. de peso corpóreo, causando la
muerte del 50% de los animales. Pero no por toxicidad, sino por erosión de la
mucosa gástrica. Considerando la pequeña cantidad de ácido tartárico que
contienen los alimentos de consumo humanos, la dosis suministrada a los
animales corresponde a beber 2.500
litros de vino o comer 250 kg. de alimento sólido en una sola vez. Además
de los fármacos que resultan tóxicos de una forma directa —es decir haciendo
daño a la misma persona que los consume—, hay también otros fármacos que
perjudican a la sucesiva generación provocando malformaciones en los recién
nacidos. Se llaman fármacos teratógenos. Existen en cantidad y producen efectos
en las diferentes especies animales: Hay fármacos teratógenos para una especie
que son inocuos para otra, y viceversa. El ejemplo más tristemente conocido de
esta clase de monstruos creados por la locura humana es la talidomida (Imida
del ácido nftalil-glutámico; nombres comerciales: Contergan y Distaval). La
campaña publicitaria en favor del tranquilizante fue lanzada el primero de
octubre de 1957. Uno de los eslogans que destacaron en su publicidad fue el
presentarlo: «inofensivo como una
tableta de azúcar, particularmente indicado para las mujeres embarazadas».
¿El resultado? Cerca de 10.000 niños nacidos sin brazos y sin piernas. Pero a
los viviseccionistas esos trágicos resultados no les bastó: supusieron que era
debido a que la talidomida no había sido experimentada en las hembras de
animales preñadas. «Si lo hubiéramos hecho» … dijeron. Y así, después de la
catástrofe, la experimentaron en un gran número de hembras animales
embarazadas.
El resultado fue que tan sólo se observaron unas malformaciones en las
crías nacidas del conejo blanco de Nueva Zelanda —una de las 150 especies de
conejos conocidas—, en el ratón, en el perro y en una sola —entre las numerosas
especies conocidas— del Macacairus philippinensis. Entonces —para concluir— se
atestiguó que los científicos tenían razón: «que la talidomida es teratógena,
si no en todas, por lo menos, en unas especies animales, además del hombre».
Sí pero ¿con qué dosis los experimentadores obtuvieron los resultados que
ellos querían lograr a cualquier precio? Dosis enormes. Tanto, que cualquier
substancia desde la sal común de cocina hasta el azúcar, habrían producido
parecidas malformaciones a las causadas por la talidomida. Y eso redunda en el
concepto de que usando los animales como modelo experimental, se puede alcanzar
todo lo que quiera y, todo lo que convenga al experimentador. Pero, además, hay
otra hipótesis —algo menos benévola—: ¿no están, acaso, algunos
experimentadores pagados para demostrar lo que les encarguen que demuestren a
cualquier precio y con cualquier engaño? ¿Y no hay industria —no sólo farmacéuticas—
que tienen interés en demostrar que una substancia posee una determinada
propiedad, o, lo contrario de aquella? ¿Puede el público fiarse de una ciencia
que depende tan estrechamente de intereses económicos generales o particulares?
¿Debe el público seguir tomando medicinas que los mismos fabricantes saben que
son peligrosas puesto que el método experimental utilizado —uso de los
animales— es falso y que la experimentación clínica efectuada —en los hombres—
con la misma mentalidad viviseccionista que se emplea en los animales, es
inaceptable desde el punto de vista moral e incorrecta desde el científico? El
proceso contra la Grünenthal-Chemie —la firma productora de la talidomida— se
celebró el dia 12 de abril en la ciudad alemana de Alsdorf. Fue el más largo de
Europa después del proceso de Nüremberg. Testimoniaron 1.200 testigos.
REGLAMENTARISMO
Hay zoófilos que proponen reglamentar la experimentación en los animales,
hacerla más humana. Hablan de anestesia obligatoria. De sacrificar al animal
después de la experimentación. Estas reglas, aunque fuesen impuestas por la
ley, no podrían aplicarse. Dos ejemplos entre muchos:
¿Sería
posible estudiar los efectos del dolor en un animal anestesiado?
¿Sería
posible efectuar una operación quirúrgica, y luego suprimir el animal
renunciando a los resultados que requieren largos períodos de observación?
Los mismos «amantes de los animales» dicen: «por ahora, tenemos que
contentarnos con lo poco que podemos conseguir en breve plazo». Evidentemente,
no han comprendido el punto esencial de la cuestión: el anti-viviseccionismo científico no aspira solamente la protección de
los animales, sino, sobre todo, a la protección de las personas, y esto sólo
puede alcanzarse mediante una renovación radical de la metodología experimental.
INTERSPECIES, INTRA-SPECIEM
Experimentación «interspecies: significa experimentar en una especié animal
y transferir los resulta dos a otra especie. Esta forma de experimentación es
siempre falsa. Por otro lado, la experimentación: «intra-speciem» —entre la
misma especie— significa experimentar en una especie y utilizar los resultados
en la «misma especie». Esta forma de experimentación es teóricamente correcta,
aunque no siempre moralmente aceptable. Otra distinción terminológica que
implica tanto al hombre como a los demás animales debe hacerse entre:
Experimentación Activa: «Experimentación
Activa» significa producir intencionadamente una enfermedad para estudiarla y,
posiblemente, cuidarla. Es preciso rehusar este método tanto por razones éticas
como por razones científicas, porque una enfermedad producida artificialmente
no es la misma a la que se produce espontáneamente.
Experimentación Clínica. Por otra
parte, la «Experimentación Clínica», que significa averiguar —en el hombre o en
otros animales— una enfermedad nacida espontáneamente, está justificada tanto
desde el punto de vista ético como científico. La experimentación clínica no
sólo es legítima sino también indispensable para el progreso de la medicina.
MEDICINA: CIENCIA DE LA
OBSERVACIÓN
A menudo nos preguntan: «¿Cómo podría —la medicina— adelantar sin la
experimentación?». Nuestra respuesta se limita, con frecuencia, a los métodos
«científicos». Es decir, a los procedimientos que no utilizan animales. Esta es
una refutación correcta. Pero a menudo se descuida una cuestión fundamental,
que incluye el problema en su totalidad: se olvida que, en esencia, la medicina, no es una ciencia experimental, sino una ciencia de la observación; siendo la
experimentación sólo uno de los diversos instrumentos a disposición de la
investigación médica, y aun así, sólo en ocasiones particulares, y siempre bajo
un estricto control crítico. La historia del pensamiento evoluciona por
etapas: el paso de un periodo a otro puede producirse de forma gradual, en cuyo
caso hablamos de desarrollo o
de forma traumática, es decir derevolución. Cada periodo histórico se halla fundamentado
sobre un «esquema conceptual» un camino ideal que endereza la
cultura, y le confiere un sentido lógico, imponiendo unos límites. Esquemas
conceptuales que inciden profundamente en la vida individual y colectiva son
las religiones, así como también unas fundamentadas concepciones políticas.
Esquemas conceptuales los hay en el arte, la literatura, la moda y en los
comportamientos humanos.
El anti-viviseccionismo científico lucha contra un esquema
conceptual que ha llegado al final de su camino, que, además no puede ser
modificado ni corregido, porque es falso en toda su globalidad. Debemos luchar
por la abolición total e incondicional de cualquier experimentación basada en
los animales como métodos de investigación en la medicina humana. No sólo en
favor de los animales, sino también en favor de la salud del hombre. Esta
afirmación, que es tanto ética como científica, se apoya sobre la comprobación
de que los animales no son modelos experimentales del hombre, así como que toda
extrapolación de una a cualquier otra especie animal es arbitraria y
desorientadora. La experimentación en
los animales es un error en la metodología de la investigación científica. Un
error metodológico. Y un error connatural y nacido en el método, es un error en
cualquier tiempo y lugar y no depende de la cantidad de la experimentación. Por
eso, no podemos aceptar la propuesta de reducir la experimentación animal, pues
entonces dejaría el método intacto.
Es verdad que todos los esquemas conceptuales que se han sucedido en el
curso de los siglos han contribuido al desarrollo del pensamiento. Pero este
hecho nunca ha legitimado la pretensión de hacer sobrevivir los esquemas que
resultaron obsoletos más allá de su función natural.
CIENTISMO
«Cientismo» es
un neologismo que procede del término «ciencia», pero es precisamente lo
contrario de ella. Así como la ciencia es la expresión de un sentimiento libre,
sin prejuicios, enfocado hacia el futuro, el cientismo es todo lo contrario, por
dogmático, intolerante y atado al pasado. La medicina de hoy en día es una
medicina «cientista»: el médico se aproxima al enfermo descuidando hablarle,
escucharlo y visitarlo según los dictámenes de la semiótica clásica;
interpretando su «recóndita» psique. En definitiva: de considerarlo un ser
humano. Ocurre lo contrario. Después de haber reducido al paciente a un
conglomerado de mecanismo llamados «órganos», el médico condiciona a los
sofisticados medios de la tecnología ingenierística la labor de analizar, una a
una, sus funciones. Y si estas resultan «normales», el médico despide al
paciente con su «no diagnosticada» enfermedad, convencido de haber cumplido con
la más noble de las misiones. Los errores que, cotidianamente, se producen por
la actitud cientista de la mayoría de los médicos podría ser motivo de una
amplia colección de libros. Pero, ante todo, constituyen el motivo de una grave
acusación contra esa medicina que está causando más enfermedades de las que
cura.
Puesto que ninguna especie animal sirve de modelo de cualquier otra, para
investigar unas funciones y unos posibles desarreglos — enfermedades— del
hombre, es inevitable recurrir a su
único modelo experimental confiable: el hombre mismo. Y se hace
principalmente en los débiles y en los indefensos, en los prisioneros, en los
niños, en los fetos maduros, en ancianos disminuidos psíquicos y en hambrientos
del tercer mundo. Por eso, el problema no está en determinar si es
legítimo experimentar en el hombre, sino de qué forma y dentro de qué límites
estamos legitimados a hacerlo. Y puesto que el concepto de legitimidad nunca
queda separado de una moral arraigada en convencimientos y en comportamientos
aceptables y exigidos por la comunidad, el primer paso debe ser el de informar
a la comunidad de qué sucede en la medicina oficial, en sus laboratorios y en
las salas de sus hospitales. Se debe informar al público que una parte notable
de la actividad médico-científica está representada por una forma de
investigación que todavía se está desarrollando de forma descontrolada,
confiando tan sólo a la conciencia ética —no siempre transparente—, de
personajes que, en sus departamentos hospitalarios, o universitarios, parecen
gozar de una forma de «plácet», amparados también por la imagen cómoda que ellos
mismos se han creado, de «bienhechores de la humanidad».
Y lo que es aún más lamentable: estos personajes consiguen de la
experimentación clínica, en dinero o en otras prebendas menos comprometidas
—pero equivalentes—, suficientes remuneraciones para dar la luz verde a
cualquier propuesta conveniente a los intereses de los que pagan…, pagan…,
y aún siguen pagando. Una de las consecuencias de esta situación mercantil de
la medicina se manifiesta en el número enorme de fármacos que obtienen licencia,
y luego deben ser retirados del comercio, después de haber evidenciado su
toxicidad. Pero eso sucede a costa de un número incalculable de víctimas.
REGLAMENTACIÓN
DE LA MEDICINA
Establecer reglas y límites, es decir «reglamentar», se ha vuelto un
imperativo rotundo. En el futuro, las Asociaciones para la Defensa del Enfermo,
después de haber sido convenientemente informadas —lo que será posible en el
caso de que la prensa y los demás medios de información se decidan a abrir,
también a nosotros, algunas de aquellas puertas que hoy están tan ampliamente
abiertas en favor de nuestros adversarios— tendrán que afrontar una labor
nueva, que trascienda de los fines que hasta ahora satisfacían sus funciones:
la tarea de colaborar en la creación de una medicina completamente renovada en
espíritu y en la práctica.
LO QUE HAY QUE HACER, LO
QUE HAY QUE EVITAR
A menudo nos sucede que debemos replicar a unos zoófilos impacientes que
nos preguntan: «¿En definitiva, ¿qué debemos hacer?»
Primeramente,
no debemos infravalorar nuestro movimiento; no debemos reducirlo al mero
hecho técnico de: «experimentar o no experimentar en los animales». El
anti-viviseccionismo es la vanguardia más adelantada y atrevida de una
cultura nueva que se opone a una pseudo cultura, la cual capta fácilmente
la opinión pública presentándose «en defensa de la salud humana». Debemos
cambiar la propuesta: «el viviseccionismo defiende la salud humana» por el
aserto, «el viviseccionismo amenaza la salud humana».
Debemos
valorar con espíritu crítico los triunfalismos de la ciencia oficial:
considerar a nuestros adversarios con despego, pero sin desprecio;
considerando que ellos mismos son víctimas de una cultura que les ha sido
impuesta desde las escuelas elementales y ha martilleado en sus
conciencias individuales durante toda su vida profesional. Debemos
convencernos de que los científicos son hombres corrientes y tal vez
sorprendentemente unilaterales: que lo saben todo sobre la hoja, pero no
se dan cuenta que pende de un árbol.
Debemos
encaminar, sobre todo a los jóvenes, señalando al viviseccionsimo como una
parte integrante de aquella cultura negativa que promueve el
envenenamiento de las aguas y de la atmósfera, la destrucción de los
bosques y la contaminación de los océanos. Debemos presentar de forma
clara la ecuación: lucha contra la naturaleza = lucha contra el
hombre. No debemos aceptar el diálogo con los
viviseccionistas. Ellos se dan cuenta que nuestro movimiento ya no volverá
a ser —como lo fue en el pasado— un miope y estéril amor por los animales
y, ahora, después de habernos ridiculizado y humillado durante décadas,
vienen en busca de diálogo. No caigamos en la trampa: los viviseccionistas
quieren llegar a un compromiso porque saben que, de otra forma, van a
perderlo todo. Pero, precisamente, debemos exigirles que lo pierdan todo.
Debemos y podemos exigirlo porque todos los auspicios están volviéndose a
nuestro favor. El viviseccionismo será abolido porque está volviéndose
cada vez más extraño a la historia de la humanidad.
No
debemos nunca admitir que, en el pasado, la vivisección haya proporcionado
algún resultado útil. El viviseccionismo no es un método superado, sino un
«error de método», y por eso, siempre ha seguido desorientando la medicina
humana. No obstante, no debemos extrañarnos si entre los millones de
experimentos del pasado, encontramos que algunos experimentos en los
animales han hallado, posteriormente, confirmación en el hombre. Pero,
siguiendo la cronología de los hechos, siempre encontraremos que la
ratificación se ha producido «a posteriori», es decir: que en el instante
en que la experimentación se producía, su resultado no tenía ningún
significado para la medicina humana. Los casos de identidad entre ciertos
comportamientos experimentales del animal y análogos comportamientos en el
hombre son meras coincidencias, totalmente desprovistas de contenido
científico.
La pseudociencia viviseccionista cuenta con casi dos siglos de vida y
actividad: eso proporciona a los vivisecciónistas una gran posibilidad de
escoger siempre los ejemplos más cómodos; es decir lo que les han ofrecido un
resultado «positivo». Al contrario, los anti-viviseccionistas no tienen ninguna
posibilidad de hacer constar los innumerables resultados «negativos» porque de
ésos casi nunca nadie ha hablado o escrito. Por eso, no debemos contentarnos
con citar sólo los resultados que han alcanzado consecuencias tan catastróficas
y que han superado la barrera del silencio al llegar a los medios de
comunicación.
Aquí me dirijo particularmente a los colegas médicos. Nosotros, los
médicos, no tenemos que olvidarnos que la experimentación es sólo un sostén de
la medicina. Pero no representa toda la Medicina. Nuestra tarea es la de cuidar
al hombre, que es un complejo indivisible de materia, mente y espíritu. Al cientismo
—que está deteriorando las bases éticas de la medicina —, debemos replicar con
la «praxis» que considera a la ciencia experimental como un instrumento a
disposición de la medicina, pero que no es la esencia misma de la Medicina la
cual es ciencia de la observación, respeto por la vida y vocación.
INDICACIONES PARA UNA
REGLAMENTACIÓN SOBRE LA EXPERIMENTACIÓN CLÍNICA.
Cualquier
prueba experimental debe garantizar una razonable probabilidad de
proporcionar un beneficio a la persona que constituye el objeto de la
experimentación. El experimentador tendrá que olvidar la hipótesis sobre
que el resultado alcanzado en el individuo pueda ser extensible a la
comunidad, siendo esa una acción que convierte al individuo —unidad
concreta — , en víctima de una entidad abstracta: la comunidad.
El sujeto
sobre quien se experimente deberá dar, con pleno conocimiento,
consentimiento escrito. En el caso de incapacidad física o psíquica, se
pediré consentimiento a un tutor legalmente autorizado.
El sujeto
de la experimentación, o su tutor, deben ser informados por el
experimentador mismo, o por personas delegadas por él, respecto al motivo de
la experimentación, a los riesgos y posibles ventajas.
El sujeto
de la experimentación, o su tutor, podrán exigir en cualquier momento la
interrupción de la experimentación, sin justificación alguna.
El experimentador deberá atender, al instante, la voluntad del
requirente.
Una
experimentación enfocada a curar una enfermedad, o a perfeccionar
diagnosis, debe ser aplicada sólo a los portadores de aquella y no otra
enfermedad.
Ninguna
experimentación debe ser permitida en voluntarios sanos. Eso pertenece a
las consideraciones, científicas y morales. Desde el punto de vista
científico, es suficiente recordar que el metabolismo de una persona sana
no es el mismo que el de una persona enferma, y que las distintas
enfermedades pueden alterar de una forma distinta e imprevisible las
reacciones orgánicas a vario estímulos. Para estudios de nuevos fármacos y
nuevos medios de diagnósticos, los experimentadores deberán perfeccionar
sus conocimientos y su habilidad técnica en el uso de los métodos
«alternativos», desarrollándolos, perfeccionándolos e ideando otros
nuevos. Lo mismo deberán hacer los veterinarios, con reglas análogas a las
usadas en la medicina humana.
Cuando se
proponen nuevos fármacos y nuevas técnicas diagnósticas los
experimentadores, y las firmas farmacéuticas, en relación con los posibles
daños tóxicos afirman: «Nosotros valoramos la proporción entre riesgo y
beneficio». Pero se olvidan de que el riesgo se manifiesta con
daños concretos y cuantificables, mientras que el beneficio es una hipótesis
que queda oculta en la incertidumbre de los datos estadísticos.
Mientras
que la investigación médica continúe contaminada por el error metodológico
de la «experimentación en los animales», el investigador no deberá tener
en cuenta los resultados de este método y deberá afrontar la
experimentación clínica con la mente pura, limpia de toda idea
preconcebía.
Un análisis de las indicaciones enumeradas en los párrafos precedentes,
pone en evidencia un hecho incontestable: los anti-viviseccionistas científicos
conciben la experimentación clínica con una perspectiva mucho más garantizada
para la persona y más científica que ciertas recomendaciones oficiales —en
parte ya obsoletas—, como la de Helsinki de 1964 y de Tokyo de 1975, que ponen
el acento sobre las finalidades colectivas de la experimentación clínica,
basado en el supuesto de que «un beneficio colectivo merece el sacrificio de
unos pocos». Esta justificación es un residuo de aquel pensamiento
religioso-sacrificial que gravita sobre la humanidad desde la noche de los
tiempos, y que va desde las inmolaciones propiciatorias en los altares, hasta
la condena al fuego de los heréticos y de las brujas: sufrimientos que, hoy
como entonces, son infligidos al HOMBRE «por el bien de la humanidad
sufriente».
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